El aroma que desprendemos los humanos es el hedor a muerte, puesto que a nuestro paso la provocamos y nos dirigimos a la propia, efluvios de ira. Cargamos el fiambre de nuestros anhelos fulminados, ingenuidad corrompida, sueños asfixiados, cada día abandonamos más esta realidad, no físicamente, pero el espíritu esta extinguido, todos somos necrópolis andantes. Nadie sabe donde acaberemos, pero es divertido imaginar el fin.